La civilización al mármol. La
premisa del valor moral en las pulquerías.
Rodrigo García Rangel
En la segunda mitad del siglo XIX
funcionarios e intelectuales señalaron a las pulquerías como "madrigueras de
inmoralidad" que incubaban toda clase de vicios sociales. En consecuencia,
las autoridades regularon estrictamente los horarios, instalaciones y
actividades. Como parte de los cambios, en 1856 un decreto estableció
una zona prohibida para abrir nuevas pulquerías. Esta área abarcaba ochenta y
cinco cuadras al norte y al sur del corazón de la ciudad en la cual el Zócalo, la Catedral y el Palacio Nacional
se ubicaban. Con tal medida se buscaba “limpiar” al centro de la ciudad de las
tan mal afamadas pulquerías donde fácilmente se transgredían el orden social.
Sin embargo, los comerciantes de
pulque siempre buscaron de manera reiterada el regreso de las pulquerías al centro de la ciudad. A finales de 1871
lograron que el gobernador Tiburcio Montiel aboliera el cuadro de restricción
que prohibía establecer nuevas pulquerías. El 25 de noviembre de 1871, Montiel
dictó una ley permitiendo dos diferentes tipos de pulquerías. Las de "venta interior" podrían tener
espacio para una barra, mesas, y asientos "como las cantinas y
restaurantes". Mientras que los otros para "venta exterior" se
vendiera solo para llevar y estaban obligados a tener la barra en la puerta.
La noticia del regreso de las
pulquerías al centro de la ciudad no fue recibida con mucho agrado por la elite social; por tal razón, los dueños de pulquerías, con el afán de paliar
tantas críticas y proyectar la mejor impresión posible, tomaron las siguientes
medidas: Las pulquerías con venta de
interior o licencia mixta ya no serían esos rústicos jacalones de épocas
pasadas de aspecto desagradable, ahora la higiene, el lujo y el buen gusto
resaltarían en sus instalaciones para beneplácito y comodidad de los
comensales.
La fuente
embriagadora.- Este es el nombre de una pulquería recientemente abierta en la
calle de Tacuba, propiedad, según sabemos, del señor Patricio Sanz.
Cornizas
doradas, mesas de mármol, lujoso papel de tapiz como no se encuentra en muchas
casas ricas, todo eso y más se encuentra en la nueva pulquería (Periódico La
voz de México, página 3, 1875-09-30, HNDM).
Pero lo más importante, autoridades
y comerciantes de pulque, en busca de
frenar ciertas actitudes inmorales del pasado, incorporaron la premisa del
valor moral dinamizada por el
comportamiento ordenado, racional y constante en las pulquerías. El argumento
social aducía que la mesura en el proceder constituía el camino ideal para la
permanencia de las buenas costumbres y que la supresión de las emociones
perjudiciales precavía la alteración del orden público. En este sentido, los
trabajadores tendrían el empeño y la función de propiciar entre los comensales una conducta
moral ordenada en los momentos de ocio, relaciones personales, formas de
hablar, modales, etc. En el último reglamento de 1871, se ponía énfasis en los
siguientes puntos: no permitir juegos ni bailes, avisar a la autoridad más
próxima de cualquier escandalo o desorden que haya, tener enteramente abiertas
las puertas de la pulquería, no consentir acciones contra la honestidad, no
recibir prendas con ningún pretexto, no guardar armas en la pulquería de ninguna
clase, no guardar objeto alguno que no sea de los enseres del expendio. De la
misma manera, eran obligaciones de los concurrentes: estar en las pulquerías
solamente el tiempo necesario para beber el líquido que compren, no excederse
en la bebida hasta el grado de embriagarse, no quebrantar ninguna de las
obligaciones señaladas a los dueños y expendedores.
Evidentemente, la intención de
frenar ciertas actitudes “inmorales” fue una labor consistente. Después de
algunos meses, las autoridades declaraban con éxito que los escandalosos consumos de alcohol
habían disminuido, por consiguiente:
Según el
axioma que ha emitido el gobierno del Distrito Federal mientras más pulquerías
menos ebrios, los guardas de policía viendo aumentar el número de estos
establecimientos de temperancia, se han persuadido de que no tienen que
ocuparse ya de borrachos.
No tardaron en surgir los detractores
a tales declaraciones. Semejante sentencia levantarían la suspicacia de las elites
poniendo en duda que las nuevas pulquerías realmente estuvieran modificando el
comportamiento de los ciudadanos, su visión del hombre y del mundo, e imponiéndoles
por ahí una nueva forma de moral. Para las elites el Estado “moralizador”, que
no puede dar sino lecciones, y que encuentra en la tarea de la “moralización” una
salida a su impotencia no cumple cabalmente con sus verdaderas funciones.
¡ADELANTE! Del
16 al 18 del corriente, es decir, en tres días, la policía ha conducido a la
cárcel a doscientos individuos. Según eso va en aumento la moralidad que ha comenzado
a difundirse, como afirma el Distrito Federal, dado que las pulquerías están a
sus anchas. Ni podía ser de otro modo; el hombre que se sienta al mármol y se
ve en grandes espejos, está ya en camino de aborrecer el vicio de la embriaguez
y de volver la espalda a las provocaciones que lo solicitan la pulquería
(Periódico La voz de México, página 3, 1872-08-25, HNDM).
En fin, mientras que para las denominadas “sociedades antivicio”, que
empezaron a surgir en la década de los setentas siglo XIX como respuesta a los
miedos que la vida urbana había despertado entre las elites durante los años
posteriores a las reformas liberales, según sus particulares razonamientos las
pulquerías seguirían siendo ni más ni menos los viejos focos de inmoralidad; para el
gobierno, que se arrogaba la
recuperación de la moral y de las buenas costumbres en la vida nacional, las
nuevas pulquerías estaban logrando generar entre sus comensales una buena
conducta, una coherencia entre sus pensamientos y acciones, hasta rastros de
empatía y posibles sentimientos de culpabilidad.