jueves, 12 de noviembre de 2020

 

La civilización al mármol. La premisa del valor moral en las pulquerías.

Rodrigo García Rangel


En la segunda mitad del siglo XIX funcionarios e intelectuales señalaron a las pulquerías como "madrigueras de inmoralidad" que incubaban toda clase de vicios sociales. En consecuencia, las autoridades regularon estrictamente los horarios, instalaciones y actividades. Como parte de los cambios, en 1856 un decreto estableció una zona prohibida para abrir nuevas pulquerías. Esta área abarcaba ochenta y cinco cuadras al norte y al sur del corazón de la ciudad en la cual  el Zócalo, la Catedral y el Palacio Nacional se ubicaban. Con tal medida se buscaba “limpiar” al centro de la ciudad de las tan mal afamadas pulquerías donde fácilmente se transgredían el orden social.

Sin embargo, los comerciantes de pulque siempre buscaron de manera reiterada el regreso de las pulquerías  al centro de la ciudad. A finales de 1871 lograron que el gobernador Tiburcio Montiel aboliera el cuadro de restricción que prohibía establecer nuevas pulquerías. El 25 de noviembre de 1871, Montiel dictó una ley permitiendo dos diferentes tipos de pulquerías. Las  de "venta interior" podrían tener espacio para una barra, mesas, y asientos "como las cantinas y restaurantes". Mientras que los otros para "venta exterior" se vendiera solo para llevar y estaban obligados a tener la barra en la puerta.

La noticia del regreso de las pulquerías al centro de la ciudad no fue recibida con mucho agrado por la elite social; por tal razón, los dueños de pulquerías, con el afán de paliar tantas críticas y proyectar la mejor impresión posible, tomaron las siguientes medidas: Las  pulquerías con venta de interior o licencia mixta ya no serían esos rústicos jacalones de épocas pasadas de aspecto desagradable, ahora la higiene, el lujo y el buen gusto resaltarían en sus instalaciones para beneplácito y comodidad de los comensales.

La fuente embriagadora.- Este es el nombre de una pulquería recientemente abierta en la calle de Tacuba, propiedad, según sabemos, del señor Patricio Sanz.

Cornizas doradas, mesas de mármol, lujoso papel de tapiz como no se encuentra en muchas casas ricas, todo eso y más se encuentra en la nueva pulquería (Periódico La voz de México, página 3, 1875-09-30, HNDM).






Pero lo más importante, autoridades y comerciantes de pulque,  en busca de frenar ciertas actitudes inmorales del pasado, incorporaron la premisa del valor moral  dinamizada por el comportamiento ordenado, racional y constante en las pulquerías. El argumento social aducía que la mesura en el proceder constituía el camino ideal para la permanencia de las buenas costumbres y que la supresión de las emociones perjudiciales precavía la alteración del orden público. En este sentido, los trabajadores tendrían el empeño y la función de  propiciar entre los comensales una conducta moral ordenada en los momentos de ocio, relaciones personales, formas de hablar, modales, etc. En el último reglamento de 1871, se ponía énfasis en los siguientes puntos: no permitir juegos ni bailes, avisar a la autoridad más próxima de cualquier escandalo o desorden que haya, tener enteramente abiertas las puertas de la pulquería, no consentir acciones contra la honestidad, no recibir prendas con ningún pretexto, no guardar armas en la pulquería de ninguna clase, no guardar objeto alguno que no sea de los enseres del expendio. De la misma manera, eran obligaciones de los concurrentes: estar en las pulquerías solamente el tiempo necesario para beber el líquido que compren, no excederse en la bebida hasta el grado de embriagarse, no quebrantar ninguna de las obligaciones señaladas a los dueños y expendedores.

Evidentemente, la intención de frenar ciertas actitudes “inmorales” fue una labor consistente. Después de algunos meses, las autoridades declaraban con éxito  que los escandalosos consumos de alcohol habían disminuido, por consiguiente:

Según el axioma que ha emitido el gobierno del Distrito Federal mientras más pulquerías menos ebrios, los guardas de policía viendo aumentar el número de estos establecimientos de temperancia, se han persuadido de que no tienen que ocuparse ya de borrachos.

No tardaron en surgir los detractores a tales declaraciones. Semejante sentencia  levantarían la suspicacia de las elites poniendo en duda que las nuevas pulquerías realmente estuvieran modificando el comportamiento de los ciudadanos, su visión del hombre y del mundo, e imponiéndoles por ahí una nueva forma de moral. Para las elites el Estado “moralizador”, que no puede dar sino lecciones, y que  encuentra en la tarea de la “moralización” una salida a su impotencia no cumple cabalmente con sus verdaderas funciones.

¡ADELANTE! Del 16 al 18 del corriente, es decir, en tres días, la policía ha conducido a la cárcel a doscientos individuos. Según eso va en aumento la moralidad que ha comenzado a difundirse, como afirma el Distrito Federal, dado que las pulquerías están a sus anchas. Ni podía ser de otro modo; el hombre que se sienta al mármol y se ve en grandes espejos, está ya en camino de aborrecer el vicio de la embriaguez y de volver la espalda a las provocaciones que lo solicitan la pulquería (Periódico La voz de México, página 3, 1872-08-25, HNDM).

En fin, mientras que para  las denominadas “sociedades antivicio”, que empezaron a surgir en la década de los setentas siglo XIX como respuesta a los miedos que la vida urbana había despertado entre las elites durante los años posteriores a las reformas liberales, según sus particulares razonamientos las pulquerías seguirían siendo ni más ni menos  los viejos focos de inmoralidad; para el gobierno,  que se arrogaba la recuperación de la moral y de las buenas costumbres en la vida nacional, las nuevas pulquerías estaban logrando generar entre sus comensales una buena conducta, una coherencia entre sus pensamientos y acciones, hasta rastros de empatía y posibles sentimientos de culpabilidad.