martes, 16 de mayo de 2017

La contrapublicidad o parodia publicitaria de La hija de los apaches

Hace 10 años, La hija de los apaches tuvo la disposición y el acierto de comenzar a autopromocionarse por medio de la contrapublicidad o parodia publicitaria. Si bien la autopromoción es una actividad que tradicionalmente se ha realizado por pura necesidad, con el paso del tiempo se ha convertido en una potente y versátil herramienta de difusión. Aunado a esto, la importancia de la autopromoción descansa en el hecho de que las piezas de imagen que se buscan grabar en la memoria de la gente pueden no ser meros recordatorios de un producto/personaje, sino llegar a convertirse en verdaderos estandartes de identidad propia. 

Como ya se menció, para autopromocionarse La hija de los apaches ha hechado mano de la contrapublicidad o parodia publicitaria, la cual consiste en un tipo de arte inmerso en la era de la reproducción técnica donde los artistas ejercen su particular secuestro del lenguaje publicitario, reutilizando elementos de medios conocidos para crear una nueva obra con un mensaje diferente, a menudo muy distinto al original que busca provocar un shock visual en el espectador/consumidor para despertar la reflexión, la sorpresa, el deseo de participar o, por lo menos, el escándalo y el humor. Y dado el amplio horizonte comunicativo que permite el internet, ahora cuenta con una gran facilidad  para trasmitir, difundir y significar sus mensajes de manera masiva.






La idea de trastocar las fachadas de la  publicidad convencional surgió de la imaginación irónica y provocativa del diseñador Rubén Ramírez "el pato". Para ello, Rubén combina el sustento creativo de las nuevas tecnologías, como photoshop, que permiten imitar  y revolucionar perfectamente los logos e imágenes, con una experimentación gráfica y lingüística heredada del arte pop. El resultado es la manifestación plástica de formas fáciles y divertidas, y de un contenido que puede ser captado sin dificultad. 



La figura de don  Epifanio Leyva Ortega “el pifas”, propietario de La hija de los apaches, se volvió el núcleo semántico que dio rienda suelta a tan divertida forma de interferencia mediática. Aprovechando que vivimos años donde todo lo que nos rodea es susceptible de ser signo comunicativo y formar parte de una nueva provocación expresiva la imagen pública y la reputación que “el  pifas” proyecta se encargan de suplantar a una serie de personajes  insertados  en el imaginario de la sociedad que son direccionados desde las páginas de revistas, comerciales televisivos y de los enormes espectaculares colocados en las avenidas de la ciudad. El gran “pifas” reafirmando orgullosamente su yo, arrogando superioridad y multiplicándose en situaciones, conductas y actitudes inesperadas que van desde el sanguinario gánster de Scarface, El Tio Sam de labios apretados con mirada inquisidora, y The Godfather jefe de una de las familias mafiosas de NY; pasando por la Astarté del Starbucks con la leyenda StarPulque que se convirtió en cartel de mayor  éxito; hasta en el lugar del viejo granjero de KFC,  al musculoso, bronceado y calvo del Maestro Limpio, y del personaje del lejano oeste del Libro Vaquero. Todo ese condensado de imagenes y textos son como un grito que penetra en nuestras mentes captando la atención y obligándonos a percibir el mensaje deseado.



Sin lugar a dudas, resulta interesante como por medio de la aparente banalidad del humor, a través del discurso contrapublicitario, La hija de los apaches ha logrado crear una buena herramienta de difusión permitiendole seguir inclinando la balanza motivacional de la gente a  favor de su permanencia y reconocimiento. Por otro lado, después de diez años de andar circulando como un atractivo elocuente  de identificación entre una abundante generación de parroquianos y comensales ocasionales que visitan  las pulquerías de la Ciudad de México, los carteles con la figura  del “pifas”  invitando a consumir la bebida nacional, han dejado de ser solo un elemento diferenciador o provocativo, para convertirse en unos verdaderos símbolos significativos, en verdaderos iconos pulqueros de época.


Texto e imagenes: Rodrigo García Rangel