La sociabilidad, ingrediente indispensable de la botana
Rodrigo García Rangel
Siempre será motivo de agrado ver como en algunas pulquerías de la CDMX se mantiene viva la disposición y el acierto
de dar de comer. La oferta culinaria consiste en preparar diariamente y de
manera gratuita platillos ligeros, sabrosos y picositos de la tradicional
cocina mexicana. Este vínculo, aparentemente sencillo y espontáneo de acompañar
al pulque con algún bocado, no solo tiene la función de satisfacer el apetito y
el bolsillo de los comensales, sino que también forma parte de un componente social
de enorme densidad.
En este sentido, gracias a una
simultánea y coincidente conjunción de experiencias compartidas, el acto de
comer acentúa el papel de la pulquería
como lugar donde se recrea y atraviesa de modo muy revelador el modelo humano,
es el rico encuentro del hombre con su estómago y con su ambiente social. Una
mesa compartida es una invitación natural al diálogo, la discusión y la
aventura; donde hoy mucha gente vería una incomodidad manifiesta, en las
pulquerías sobrevive el valor democrático de los lugares de encuentro
entre diferentes. Alrededor del plato participamos, celebramos,
agasajamos, descubrimos y convergemos; se conmemora, se acuerda, se ríe, se
dialoga, se critica, se saborean recuerdos y se tragan disputas. Sin lugar a
dudas, la comida en común, compartir el pan en la misma mesa, potencia aún más
los efectos multiplicadores de encuentro informal, convivencia y cohesión social que se vive en las pulquerías.
Una imagen más que
ilustrativa la podemos encontrar en ese pedazo de universo conocido como
“Los chupamirtos”, donde todos los comensales tienen igual importancia y todos tienen
derecho a dar sus opiniones y contar sus preocupaciones o vivencias. Así,
podemos ver de manera cotidiana como entre bocado y bocado de unas alitas de
pollo bien fritas, la simpatía paternal que don Samuel muestra por sus
comensales al exponer una confidencia o chisme popular con una mezcla acertada
entre golpes humorísticos y pinceladas de nostalgia, que constituyen para don
Samuel una forma primaria de aliciente y convivencia extra familiar, en este
caso, repetible tantas veces como
desee ir a la pulquería; pasando
por la espontanea convivencia de Javier con temas diversos de interés laboral o
familiar, cuentos curiosos y unas cuantas anécdotas, en ocasiones con un
lenguaje que no descarta la broma y el albur, que a todos encantan, porque
hacen reír, y reírse también es bueno para la digestión; hasta el turno
infaltable de doña Guadalupe, una señora de ojos saltones y dentadura postiza, que
después de unos 2 litros de pulque, altera y potencia su voz para participar
con una la plática bulliciosa y atrabancada sobre temas relacionados con la
delincuencia, el aumento del costo de la canasta básica y de política. En los
últimos días ha incluido el aborto en la lista de temas de debate, todo mientras
disfruta su botana. Lo cierto es que estando con la familia pulquera los
formalismos siempre se relajarán; sin embargo, el placer de compartir y
estrechar lazos no se ve afectado, pues precisamente radica en estar juntos y
no propiamente en el protocolo.
Pero también las nuevas
generaciones han encontrado en las pulquerías
lugares para satisfacer gustos y
sociabilizar. Tal es el caso de los jóvenes Aurelio Ramírez, de 20, y Víctor Becerril, de
23 años, ambos panaderos de oficio y parroquianos
asiduos a la pulquería La pirata. En una muestra de confianza y buena vecindad
Aurelio nos comparte: “Cuando por las
tardes nos ataca la sed y el hambre es el pretexto ideal para dirigirnos a la
pulcata, pues solo nos cuesta pagar el pulque y la comida resulta gratis,
además que está buena y con sabor casero”. Enseguida, vemos a Aurelio y Víctor acercase a la barra donde se encuentra un enorme molcajete que contiene
la botana del día. En un condensado ritual se prestan a calentar su mandíbula haciendo
muecas, para poder darle una suculenta
mordida a su taco de charales y después un trago a sus curados de apio. Con
estómago lleno y pulque dentro, los dos amigos gustan pasar horas platicando
con sus compañeros de mesa, configurando un escenario de comunicación colectiva
con otros jóvenes de distintos lugres, creencias, y experiencias de ciudad. Al
platicar se conocen más, se juntan, se divierten (bromean), hablan de otros y de
sí mismos, dando cuenta de lo que sienten y de lo que piensan, convirtiendo a
La pirata en un espacio de vida juvenil que enfatiza un lúdica y prospera convivencia.
Estas manifestaciones de
sociabilidad ordinaria, tanto en Los chupamirtos como en La pirata, son
consideradas como emanaciones diversas y espontáneas, de esa necesidad humana
instintiva de relacionarse con los
demás. Son pulsiones profundas de conceptos y prácticas cultivadas en la vida
cotidiana, y constituyen el contenido del conocimiento de sentido común. Tienen
la función objetiva de dominar el entorno, introduciendo a la gente en un
contexto material, social, cultural e ideal, guiando la conducta y reasegurando
la comunicación, en la medida que implican y proponen un código compartido que
nombra y clasifica el continuum del mundo en que la gente vive.
Finalmente, todo tipo de
relaciones personales sanas suman beneficios. El momento de compartir la
comida, además de todos sus aspectos nutritivos, rituales y simbólicos es un
lugar donde se establecen lazos de amistad o compañerismos, donde se refuerzan
redes sociales. De ahí que el disfrutar de una típica botana de manera colectiva, es una de las
experiencias más sabrosas y auténticas que nos pueden ofrecer las pulquerías.
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